Sorprendente investigación de un secuestro.
El día que Margó presentó a Ali a su familia, sus tres hijas, sintieron de forma simultánea la misma sensación. Todas habían estado hablando durante meses sobre la relación que estaba manteniendo su madre con un comerciante egipcio al que las cuatro habían conocido un año antes durante unas vacaciones en El Cairo. Por una parte estaban contentas porque Margó parecía haber salido de su estado letárgico propio de una persona madura con depresión. Por la otra, mostraban una cierta desconfianza, una extraña sensación amarga que no terminó de abandonar sus estómagos cuando, tras pasar unos días con ellas en París, Margó y Ali anunciaron a todos su próxima boda.
La vida de su madre no había sido fácil. Doce años atrás, en una típica noche lluviosa otoñal en Normandía, un accidente en un paso a nivel cambió por completo su vida. Aquel tren se llevó consigo al segundo marido de Margó. Al primero se lo había llevado el cáncer y la despojó de parte de su propia alma. Los daños en el cerebro de Margó fueron tan graves que el tribunal médico le concedió una minusvalía del 40 por ciento. Tras un sinfín de vicisitudes, de lucha con la vida como exige una competición de esta naturaleza, el equipo ganador compuesto por Margó y sus familiares habían conseguido que su cuerpo reaccionara. Otra cosa era su alma.
Su carácter había cambiado y la decoradora antes alegre y jovial se había transformado en una persona taciturna y amargada. En parte para celebrar su casi total recuperación física, en parte para quemar un último cartucho en cuanto al estado de ánimo de su madre, el verano del año 2005 lo pasaron las cuatro en El Cairo. Solas, sin maridos ni hijos, cuatro mujeres disfrutando juntas de un baño de Historia en la cuna de una de las civilizaciones que a todas más les apasionaba. Sus padres habían planeado una y mil veces aquel viaje, que una y mil veces había sido pospuesto por cuestiones del trabajo de ambos. En una de aquellas noches, a sus cincuenta años recién cumplidos, Margó conoció a Ali en una tienda de artesanía. El egipcio era de origen armenio. Tenía una belleza templada y un marcado carácter mediterráneo que suponía un claro contrapunto a aquello a lo que las cuatro estaban acostumbradas.
En contacto con sus hijas desde Egipto
Cuando la boda se celebró, la pareja de recién casados se trasladó al El Cairo donde habían acordado vivir. Como ella disponía de más tiempo se iría desplazando a París para pasar pequeñas temporadas con sus hijas. El teléfono e Internet cubrían el vació que desnuda la distancia. Casi todos los viernes por la tarde las hijas de Margó se reunían en la casa de una de ellas, para tener juntas una video conferencia con su madre. Un viernes de primavera del 2007 Margó faltó a su cita. El teléfono móvil tampoco respondía y lo que era más difícil de entender, no había manera de comunicar con Ali.
En septiembre de 2008 y al llevar a cabo una investigación que se había visto truncada por la falta de colaboración de las autoridades locales, un despacho de California, especializado en investigación de desaparecidos, opta por ponerse en contacto con una empresa consultora. Un equipo de investigadores se desplaza hasta esa zona donde el delegado de la empresa y un especialista en inteligencia les terminan de proporcionar la información necesaria para ponerse manos a la obra.
Dos meses después de seguir las pistas dejadas por los pasaportes de ambos, concluyen que si bien es cierto que Margó se encuentra desaparecida, la actividad de la misma ha sido frenética puesto que su pasaporte ha estado cruzando las fronteras de Egipto, Jordania, Libia, Sudán e Israel. Una noche en medio de una vigilancia después de que uno de los funcionarios obtuviera la consabida dádiva, un policía de fronteras aporta la copia de un pasaporte que pone algo de luz en medio de todo esto.
Una identidad falsa
El señor Ali Hassan (el marido) es, en realidad, el señor Magdi Hassan, es decir, un chipriota de ascendencia libanesa. Puestos tras la pista, seis días después se consigue “entrevistar” a Magdi (antes Ali) quien resulta ser un tratante de armas que colabora con diversos servicios en la zona. Su principal actividad es esa: el tráfico de armas. Para poder llevar a cabo su negocio, Ali no duda en emplear otras identidades usando pasaportes proporcionados por redes que se dedican a traficar con ellos. En este caso la operación es excepcionalmente importante y usa la identidad de personas europeas libres de toda sospecha. Estos se pueden mover libremente por las fronteras de esa zona.
La situación económica y la imagen de lucha contra Israel que tienen estos mercaderes hacen que muchos de los ciudadanos no vean con malos ojos este tipo de actividad. Por otra parte se han ido estableciendo muy buenas relaciones comerciales entre este tipo de traficantes y los carteles de la droga que proviene de Afganistán. No hay que olvidar que algunos funcionarios permiten el paso de camiones por sus fronteras sin pasar supervisión alguna. La excusa que tienen es que la mercancía es propiedad de alguna ONG local y está controlada por algún ciudadano europeo con interés humanitario. La colaboración de las autoridades llega hasta donde se enfrenta el interés por la propia supervivencia de los funcionarios.
El cuerpo de Margó aparecería no mucho después en el interior de un bidón de aceite lubricante para maquinaria pesada de construcción en un almacén. El señor “Alí” fue entregado a las autoridades egipcias que lo juzgaron y condenaron por un delito de tráfico de material de doble uso y empleo de documentación falsa. Lamentablemente nunca se pudo probar ni el asesinato, ni que fuese él quien proporcionara material militar alguno a quienes conducían el vehículo que estuvo pasando de un país a otro con total libertad. Y todo porque hoy en día se puede conseguir fácilmente un pasaporte europeo copiado, con datos reales de un ciudadano, pero con nuestra fotografía, en menos de dos semanas por la irrisoria cifra de dos mil euros.
La vida de su madre no había sido fácil. Doce años atrás, en una típica noche lluviosa otoñal en Normandía, un accidente en un paso a nivel cambió por completo su vida. Aquel tren se llevó consigo al segundo marido de Margó. Al primero se lo había llevado el cáncer y la despojó de parte de su propia alma. Los daños en el cerebro de Margó fueron tan graves que el tribunal médico le concedió una minusvalía del 40 por ciento. Tras un sinfín de vicisitudes, de lucha con la vida como exige una competición de esta naturaleza, el equipo ganador compuesto por Margó y sus familiares habían conseguido que su cuerpo reaccionara. Otra cosa era su alma.
Su carácter había cambiado y la decoradora antes alegre y jovial se había transformado en una persona taciturna y amargada. En parte para celebrar su casi total recuperación física, en parte para quemar un último cartucho en cuanto al estado de ánimo de su madre, el verano del año 2005 lo pasaron las cuatro en El Cairo. Solas, sin maridos ni hijos, cuatro mujeres disfrutando juntas de un baño de Historia en la cuna de una de las civilizaciones que a todas más les apasionaba. Sus padres habían planeado una y mil veces aquel viaje, que una y mil veces había sido pospuesto por cuestiones del trabajo de ambos. En una de aquellas noches, a sus cincuenta años recién cumplidos, Margó conoció a Ali en una tienda de artesanía. El egipcio era de origen armenio. Tenía una belleza templada y un marcado carácter mediterráneo que suponía un claro contrapunto a aquello a lo que las cuatro estaban acostumbradas.
En contacto con sus hijas desde Egipto
Cuando la boda se celebró, la pareja de recién casados se trasladó al El Cairo donde habían acordado vivir. Como ella disponía de más tiempo se iría desplazando a París para pasar pequeñas temporadas con sus hijas. El teléfono e Internet cubrían el vació que desnuda la distancia. Casi todos los viernes por la tarde las hijas de Margó se reunían en la casa de una de ellas, para tener juntas una video conferencia con su madre. Un viernes de primavera del 2007 Margó faltó a su cita. El teléfono móvil tampoco respondía y lo que era más difícil de entender, no había manera de comunicar con Ali.
En septiembre de 2008 y al llevar a cabo una investigación que se había visto truncada por la falta de colaboración de las autoridades locales, un despacho de California, especializado en investigación de desaparecidos, opta por ponerse en contacto con una empresa consultora. Un equipo de investigadores se desplaza hasta esa zona donde el delegado de la empresa y un especialista en inteligencia les terminan de proporcionar la información necesaria para ponerse manos a la obra.
Dos meses después de seguir las pistas dejadas por los pasaportes de ambos, concluyen que si bien es cierto que Margó se encuentra desaparecida, la actividad de la misma ha sido frenética puesto que su pasaporte ha estado cruzando las fronteras de Egipto, Jordania, Libia, Sudán e Israel. Una noche en medio de una vigilancia después de que uno de los funcionarios obtuviera la consabida dádiva, un policía de fronteras aporta la copia de un pasaporte que pone algo de luz en medio de todo esto.
Una identidad falsa
El señor Ali Hassan (el marido) es, en realidad, el señor Magdi Hassan, es decir, un chipriota de ascendencia libanesa. Puestos tras la pista, seis días después se consigue “entrevistar” a Magdi (antes Ali) quien resulta ser un tratante de armas que colabora con diversos servicios en la zona. Su principal actividad es esa: el tráfico de armas. Para poder llevar a cabo su negocio, Ali no duda en emplear otras identidades usando pasaportes proporcionados por redes que se dedican a traficar con ellos. En este caso la operación es excepcionalmente importante y usa la identidad de personas europeas libres de toda sospecha. Estos se pueden mover libremente por las fronteras de esa zona.
La situación económica y la imagen de lucha contra Israel que tienen estos mercaderes hacen que muchos de los ciudadanos no vean con malos ojos este tipo de actividad. Por otra parte se han ido estableciendo muy buenas relaciones comerciales entre este tipo de traficantes y los carteles de la droga que proviene de Afganistán. No hay que olvidar que algunos funcionarios permiten el paso de camiones por sus fronteras sin pasar supervisión alguna. La excusa que tienen es que la mercancía es propiedad de alguna ONG local y está controlada por algún ciudadano europeo con interés humanitario. La colaboración de las autoridades llega hasta donde se enfrenta el interés por la propia supervivencia de los funcionarios.
El cuerpo de Margó aparecería no mucho después en el interior de un bidón de aceite lubricante para maquinaria pesada de construcción en un almacén. El señor “Alí” fue entregado a las autoridades egipcias que lo juzgaron y condenaron por un delito de tráfico de material de doble uso y empleo de documentación falsa. Lamentablemente nunca se pudo probar ni el asesinato, ni que fuese él quien proporcionara material militar alguno a quienes conducían el vehículo que estuvo pasando de un país a otro con total libertad. Y todo porque hoy en día se puede conseguir fácilmente un pasaporte europeo copiado, con datos reales de un ciudadano, pero con nuestra fotografía, en menos de dos semanas por la irrisoria cifra de dos mil euros.
LA REALIDAD SUPERA LA FICCION.
JAH
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