Ni Don Juan Carlos, Letizia Ortiz o Sabino Fernández Campo han podido escapar a los duros exámenes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), anteriormente llamado CESID: todos ellos y muchos más, ya sean reyes, príncipes o presidentes del Gobierno, han sido investigados por un organismo que, aunque depende de la Moncloa, mantiene desde sus comienzos una fluida relación con el palacio de La Zarzuela.
Pero, a su vez, la Casa Real también se ha servido de los servicios del CNI para investigar el pasado y el presente de numerosos personajes. Un posible caso es el de Letizia Ortiz. Para muchos, la probable existencia de un informe secreto que aportara luz sobre el pasado de la futura reina de España es tan sólo un rumor que ha contribuido a alimentar la leyenda urbana; para otros, como Fernando Rueda, el especialista en temas de espionaje que acaba de publicar Las alcantarillas del Poder, un compendio de las cien operaciones de los servicios secretos que marcaron los últimos 35 años de historia de España, es una realidad: existió, aunque no hay rastro de él.
“En los meses en los que salieron juntos y acrecentaron su amor, Letizia tuvo que pasar, sin saberlo, la prueba más dura antes de casarse con el heredero a la Corona: la investigación del CNI”, cuenta Rueda en su libro. Al parecer, este tipo de pesquisas, que no puede ejecutar nadie más, son habituales cuando se producen nuevos ingresos en la Familia Real con el fin de evitar vulnerabilidades o ataques futuros por parte de grupos de presión o de los medios de comunicación. De existir tales se solucionan en secreto para que no terminen convirtiéndose en un “obstáculo”.
“Zarzuela sabía que la misma investigación sería llevada a cabo por los enemigos de España y por tanto había que evitar a toda costa cualquier tema que pudiera servir de campo de batalla. No se espió formalmente a Letizia, sino que se investigó su vida previa a su relación con el Príncipe para evitar que servicios de espionaje extranjeros o mafias pudieran chantajear al país o encontrar alguna debilidad. Posiblemente, se procedería a retirar por ejemplo los informes médicos para que la CIA o la KGB no se hicieran con la información”, afirma Rueda a Vanitatis.
El autor, que tiene la certeza de que el informe existió, aunque posiblemente estuviera basado en conversaciones verbales relatadas por “personas de la más absoluta lealtad a la Casa”, cuenta que en este tipo de casos, como quizá ocurriera también con Iñaki Urdangarin o Jaime de Marichalar, suele ser el Rey quien encarga el informe y que “el resultado es entregado en mano al director del CNI, que ni siquiera ha informado a sus más íntimos colaboradores de la investigación que ha puesto en marcha”.
Isidre Cunill ya especulaba en su libro Letizia Ortiz: una republicana en la corte de Juan Carlos I, con el contenido de dicho informe en el que aparecería, según él, una presunta detención por posesión de hachís y un supuesto aborto que la princesa Letizia habría sufrido en un hospital de México. A este respecto, Rueda duda que Cunill haya tenido acceso a ese documento como algo material, "si no lo hubiera mostrado sin reparos en el libro, como hubiese hecho cualquiera”.
Las conversaciones privadas del Rey
De lo que no cabe duda es de la vigilancia a la que fue sometido Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa del Rey entre 1977 y 1990. Los espías fueron sorprendidos en febrero de 1982 y pasaron a la historia como los primeros en ser pillados in fraganti. No fue la única ocasión en que el CNI fue descubierto con las manos en la masa. El caso que mayor conmoción causó fue el del 12 de junio de 1985. El Mundo llevaba a su portada la siguiente noticia: El Cesid grabó y archivó en su ‘cintateca’ conversaciones del Rey y sus amigos. Se destaparon una serie de conversaciones interceptadas por el Gabinete de Escuchas del Jefe del Estado con amigos como el príncipe Tchokotua, el embajador Prado y Colón de Carvajal y el argentino Carlos Perdomo. Aquello terminó con la dimisión del director del CESID, Emilio Alonso Manglano, el ministro de Defensa, Julián García Vargas, y el vicepresidente del gobierno, Narcís Serra.
Pero, el capítulo quizá más curioso del libro Las Alcantarillas del Poder es en el que se narra una presunta intervención por parte del Cesid en casa de Bárbara Rey con el fin de sustraer un material “escabroso”, referido a una alta personalidad del país, a quien muchos pusieron nombre y cargo: Don Juan Carlos, Rey de España. El escándalo estaba servido y las informaciones no dejaron de sucederse. Incluso hoy en día el acontecimiento se ha colado en la lista de las cien operaciones de los servicios secretos españoles que han marcado el devenir de los últimos 35 años de historia del país.
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